En Ni truco ni trato, evalué a Carlos Colón como, “normalmente un columnista atinado, y, considerando la frecuencia con la que escribe, magistral”. ¿Pienso que Colón sacaría mejores artículos, si escribiera con menos frecuencia? Es posible que no. El hecho de tener que producir tal número de palabras cada día, puede ser exactamente lo que mantenga su mente fructífera y aguda. Sin embargo, su filosofía creativa sobre la escritura parece ser lo contrario de la mía: yo mato a mis queridos, él da carta blanca a los suyos.
Colón es sobrado de pasiones además de ser un verdadero intelectual. Casi diariamente le sale un artículo escrito con claridad y emoción. De vez en cuando, le sale una obra maestra. Pero se repite, y a veces saca conclusiones dudosas a base de analizar asuntos y sucesos que sólo conoce a través de las noticias. Caer en semejantes errores es inevitable para un periodista que trabaja bajo la presión de producir cada día, que escribe más para la actualidad que para la inmortalidad.
Con tantas generaciones de escritores buenos, con tanto no sólo ya escrito, sino bien escrito, para tener la más mínima posibilidad de dejar la más pequeña huella en la así llamado panteón, ya sea internacional, nacional o regional, un escritor tiene que matar a sus queridos con insensible y rigurosa eficacia. Yo prefiero eliminar despiadadamente desde el principio; Colón no. Remacha sus temas preferidos una y otra vez, buscando, como cualquier escritor que se precie, la perfección, pero, a diferencia de mí, publicando los borradores que le empujen a la perfección. No sé cual forma da más fruto a fin de cuentas, al hacerse la cosecha.