sábado, 8 de octubre de 2011

Escribir no es destacar en un cóctel

La gran mayoría de los queridos matados de mis artículos han sido principios y finales.  Es al empezar o terminar un artículo que me siento más presionado para impresionar a mis lectores.  No trabajo bien cuando estoy bajo presión ni cuando tengo que impresionar.

Tomemos la manera en la que iba a empezar Vitaminas para la objetividad:

“Mi mujer siempre me dice lo mismo al acabar de almorzar en mi país: <<Justo cuando abre el apetito, dejamos de comer>>.

Ojalá mis lectores sintieran lo mismo cuando dejé de escribir La Sevilla del guiri hace 10 meses”.

Eso no es un comienzo, sino una ocurrencia aislada, la especie de comentario que me sale al querer hacer una gracia en un cóctel.  La anécdota que fue en su lugar, la de las cucarachas, es un comienzo de verdad.  Tiene que ver con mi tema principal, y por lo tanto comunica, creo, una guasa más mordaz.

Tanto en la vida como en la escritura, cuando lo gracioso, lo provocativo y lo llamativo no sirva para conseguir un fin más elevado, hay que matarlo.

Recuerdo a mi padre, mi primer y mejor editor, cuando le mostró uno de mis primeros intentos a periodismo.

Después de leerlo, me dijo, “¿Qué es lo que quieres decir?”


Lo expliqué, y me devolvió mis queridas páginas, “Ahora escribes un artículo sobre eso”.


Me había preocupado tanto en dármelas de listo, que me olvidé del objetivo: comunicar mi idea.

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